Por R. Federico Mena- Martínez Castro
A la madre común que enciende luces de eternidad cuyo recuerdo se prolonga en sus progenies. Pensando quizá este sea como el sol que, aun despareciendo de nuestra vista reaparece como un alegato irrefutable al rayar el nacimiento de la aurora primigenia que renueva esa sangre corriendo por nuestras venas, a la sombra de esa venerada imagen burilada con la gracia y la emoción indefinible de las horas felices. Para vos madre, desde mi labio, este homenaje que presumo estará en el alma de todos los hijos de este mundo que fueron felices a su abrigo.
La enervante brisa de un recuerdo
A mi madre María Eloísa Martínez Castro de Mena
Te veo Madre…
Engalanando aquel verano
Azul de lejanías
Neblinoso y ciego
Con que el olvido muerde
Con dentelladas de tiempo
El cuerpo grácil
De algún recuerdo querido
Eras el aliento dulce del verano
Bajo el techo verde y tembloroso
De las parras
Metiéndose en tu sombra
Que absorta de silencios
Contemplaba…
La entrega sin fatigas
De tus manos ingenuas
Cual magnolias sorprendidas,
A esa caricia virginal
De la fruta recién cortada.
Eras madre…
Para el valle saciado
De embrujo moreno
Un destello de soles
Burilando la finísima carne
De una flor encantada.
Eras la corola hechizada
De aquella magnolia
Embrujada…
En la que mi padre
Bebía el agua fresca
Y perfumada
De una felicidad infinita
Como de galaxias lejanas.
Un verano sin dulces
Remedaba un río sin peces,
Huérfano de espumas
O un cielo negro, ausente
Y sin torcazas.
Hoy te evoco como en sueños madre,
Dulcera, maestra de sabores
Que guarda amorosa
En la paila delos tiempos
Coronada de oros eternos
El beso secreto y el coloquio sutil
De aromados durazneros
Y solitarios membrillares