(Por Ricardo Federico Mena)- La circunstancia que hoy nos convoca en estos días convulsos, pero de gran religiosidad, nos permite evocar las viejas navidades vividas por nuestros abuelos, viendo crecer a la sombra del Dios Niño una religiosidad que nos determina como cristianos.
El mes de diciembre trae aparejada a la memoria colectiva de los creyentes, junto al aroma frutal que se esparce por todos los rincones del noroeste, esa ceremonia misericordiosa que congratula el alma: el Nacimiento de Jesús llevando su Luz a los moradores de esta vida. Especialmente hacia aquellos que habitan los recintos del infortunio ensombrecidos acaso por largas noches de desconcierto.
Conmociona el alma contemplar en los más furtivos recodos de esta tierra, las iglesias de los pueblecitos del campo, donde sus habitantes quizá vestidos con harapos se arrodillan o hablan al cielo con su Dios, patrocinador de tantos bienes terrenales. Hay largas caravanas concurriendo a esos templos pueblerinos deambulado a pie, a caballo o mula, desde recónditos lugares de la montaña para rendir su alegría y esperanza a los pies del Niño recién nacido.
También es posible contemplar mujeres y ancianos, llenos de unción religiosa, tal vez con ojos escarchados por los años y pieles surcadas de profundas arrugas, quemadas por los soles o por lágrimas que no pudieron ser lavadas, de vidas sin primaveras.
En las ciudades, las calles durante la Nochebuena y la Navidad adquieren una impronta distintiva en cada región de nuestro suelo, ya que reviven ceremonias ancestrales provenientes de aquel lejano siglo XVII.
Las calles provinciales de nuestro norte se visten de luces, de colores y de una alegría que se percibe en el aire de las cosas, donde la gente compite para armar el tradicional Pesebre Navideño junto al usual árbol de navidad.
Algunos estados argentinos componen el espectacular pesebre viviente donde la innovación pone su cuota haciéndolos únicos, por lo menos una semana antes de la nochebuena.
El aire se llena de villancicos que, como su nombre lo indica provienen de las villas; los primeros de ellos fueron introducidos por los conquistadores españoles, siendo san Francisco Solano el verdadero pionero de las celebraciones navideñas en américa. Fue este santo cuyo nombre primigenio era Padre Francisco Sánchez Solano, un avezado cantor de villancicos.
Dentro de ellos, nombramos uno llamado el Tamborilero o el niño del tambor con el que cautivaba a su auditorio, y su letra dice así:
El Tamborilero
El camino que lleva a Belén
baja hasta el valle que la nieve cubrió.
Los pastorcillos quieren ver a su Rey,
le traen regalos en su humilde zurrón
rom pom pom pom, rom pom pom pom
Ha nacido en un portal de Belén
el niño Dios.
Yo quisiera poner a tus pies
algún presente que te agrade Señor,
mas Tú ya sabes que soy pobre también,
y no poseo más que un viejo tambor.
rom pom pom pom, rom pom pom pom
¡En tu honor frente al portal tocaré
con mi tambor!
El camino que lleva a Belén
yo voy marcando con mi viejo tambor,
nada mejor hay que te pueda ofrecer,
su ronco acento es un canto de amor
rom pom pom pom, rom pom pom pom
Cuando Dios me vio tocando ante Él, me sonrió
Se consignan cientos de villancicos para homenajear al recién nacido y son cantados con verdadera unción en iglesias y casas particulares.
Villancico criollo
Al niño recién nacido
Todos le ofrecen un don
Yo soy pobre, nada tengo
Le ofrezco mi corazón
Huachi-to torito
Torito del corralito
Huachi-to torito
Torito del corralito…
Las calles de las ciudades los días previos a la navidad se visten con un ropaje distinto, y la nostalgia de un tiempo pasado visita al hombre que ve dispersarse el eco de navidades felices sin saber si las que vendrán tendrán la misma impronta de las que fueron, mientras los ojos se disponen a transitar un teatro visual de luces, al amparo de los resuellos de la noche donde el creyente nada puede hacer para retenerlos, cuando al desprenderse se confunden con las algazaras de los villancicos, mientras la feligresía en los templos ven esfumarse las armonías entre los cobaltos del horizonte.
En el campo las gallinas dejarán de picotear las piedrecitas con que empezarán la digestión en la mañana, y los cabritos recién asados decorarán las humildes mesas campesinas esperando la Navidad tan ansiada.
Así en Santiago del Estero, provincia conocida por su pasión musical, el festejo navideño se identifica por infinidad de fogones, festivales y serenatas, sin que por ello dejen de instalar sus pesebres y adorar al Niño Dios, realizando también procesiones organizadas como La Navidad de los Cerros. La música en Santiago adquiere presencia debido a la pasión impuesta por San Francisco Solano cuando pasó por aquellos lugares catequizando con sus sones y violín infinidad de aborígenes diaguitas, juríes y tonocotés. Benedicto XIII le declaró santo de la iglesia al ser confirmados sus milagros.
En Catamarca también es celebrada con mucho fervor y los rituales que llegan desde tiempos sin memoria, se mezclan con añejas tradiciones nativas. Se encuentran presentes también, no solamente los pesebres sino también la ceremonia de la siembra del trigo que simboliza la abundancia, a lo que se agrega la danza de las cintas y la adoración del Niño bajo la luz de la luna.
En la provincia de Salta, sobre una de las laderas del cerro San Bernardo, en una amplia área, se arma un pesebre viviente mantenido durante nueve noches, en un maravilloso espectáculo artístico y religioso, entonces, es posible observar una larga caravana de fieles recorriendo escarpados senderos para homenajear y llevar su ofrenda al Niño Dios. Ocasiones acompañan la caminata con sones de cajas, quena o pingollos hasta la medianoche del 24 y 25 de diciembre, para dar comienzo a la danza de las cintas y a bailes de influencia quichua y aymara.
También en la provincia de Tucumán para festejar la Navidad se arman los pesebres vivientes que son visitados por los fieles llevando sus ofrendas al Divino Niño al compás de los villancicos. En algunos lugares se realiza también la danza de las cintas que consiste en desplazarse alrededor de un mástil mientras van trenzando y destrenzando largas cintas de colores al ritmo de una canción que dice:
“Destrencen las trenzas, vuelvan a trenzar que el Rey de los cielos se va a coronar”
En la ciudad de Tucumán era costumbre de sus pobladores enviar a sus niños al afamado coro del maestro Mario Cognato donde aprendían villancicos con el que los niños visitando los pesebres de casas amigas honraban al Nazareno recién nacido. Cosas parecidas ocurrían y ocurren en Jujuy y Catamarca.
Al calor de estas remembranzas, volvemos a contemplar antiguos latidos y los ojos ven los intactos colores del pasado.
La tarde del 24 se ha dormido y las sombras arañan los esmaltes del cielo junto a las espigas rojas de los fuegos de artificio, semejando almas vivas en viaje por los caminos del espacio hacia Dios.
La Navidad ha llegado y el cristiano se siente despierto ante la vida.
Papá Noel
También se le conoce indistintamente como Santa Claus, pero su nombre fue Nicolás y nació en un pueblo de Turquía (Patara) en el año 270 para morir en el 343, y con el devenir del tiempo se convirtió en santo, y los relatos acerca de sus milagros se extendieron por todo el continente. Sus restos fueron trasladados a Bari, extendiéndose por toda Europa. Era sobrino del obispo de Myra, y finalmente sería él quien quién heredaría ese sitial obispal. Fue desde entonces uno de los santos más venerados transformándose en patrono de distintas ciudades del viejo continente. Fue a partir del siglo XIII cuando se difunde la tradición de San Nicolás de Bari repartiendo regalos a los niños en cada aniversario de su fallecimiento, fijándose como fecha la noche del 24 de diciembre.
En estas navidades de 2021, veremos qué nuevas costumbres nos deparará el presente siglo.