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Opinión

Democracia: Cuarenta años no son nada

Sin duda que la reflexión de fondo, la que corona la breve historia expuesta en estas líneas, es la interpelación a la clase política para que retorne al sistema de partidos políticos.

Por Matilde Serra

Con la inauguración de sendos bustos del Dr. Raúl Ricardo Alfonsín y de Roberto Romero, primer presidente de la recuperada democracia y gobernador de Salta, respectivamente, se conmemoró en Salta el 40 Aniversario de la recuperación del orden democrático.

La ocasión resulta apropiada para trazar una sinopsis del tránsito desde aquellos días al presente que llevarán a comprobar que luego de cuatro décadas pareciera ser que el país y los salteños no hubieran aprendido nada. Por el contrario, la democracia como sistema recuperado, lejos de llegar fortalecido a esta instancia se halla en cambio afrontando un proceso de raquitismo político casi lindante con el colapso del sistema.

La memoria de aquellos días turbulentos, cuando la desaparición del ex gobernador, Dr. Miguel Ragone, estaba fresca, pero se aplicaba el popular dicho “De eso no se habla”, retrotrae a esa,  una de las grandes figuras de la Lista Verde del aquel peronismo que junto a Ricardo Munir Falù y otros dirigentes de nota luchaban en el más literal sentido del término por alcanzar el poder. Ocurría en aquellos años que los “servicios” estaban infiltrados en todas partes. De hecho, esa vigencia del espionaje practicado por la entonces llamada SIDE y los servicios de las distintas Fuerzas Armadas se mantuvo en ejercicio hasta bastante entrada la democracia. Y a pesar de eso, se militaba en los partidos políticos con verdadera pasión.

Cuando la caída del gobierno militar ya era un hecho, en Salta se vivían días de incertidumbre. Los partidos políticos comenzaban una lenta y balbuceante reorganización con algunos que retornaban del exilio, como el caso del emblemático peronista, el Dr. Horacio Bravo Herrera, a quien muchos en el peronismo veían como la figura que encarnaría el liderazgo en el tiempo proselitista que se venía.

Por entonces las aguas estaban más que turbias, el peronismo que estaba desorganizado, sí, pero conservaba aquel espíritu de combate y resistencia de los “años de plomo” buscaba un líder y parecía tenerlo en Bravo Herrera. Pero nacía con aspiraciones también de liderazgo un hombre que venía del empresariado, Roberto Romero, que formaría la Lista Roja. Más allá, Carlos Caro encabezaba la Lista Amarilla, compitiendo además las listas Verde y Blanca.

Dentro de las filas del amarillismo, formaba la Agrupación Reconquista, formada por el clan de los hermanos Marocco, siendo uno de ellos, Antonio (Gringo), hoy vicegobernador y que por entonces hasta desconocía la militancia peronista de Romero.

La intención de participar de Roberto Romero fue cuestionada en ese momento por miembros del propio Partido Justicialista que le impugnaban su candidatura; sin embargo, un fallo del entonces juez federal, Ricardo Lona, lo habilitaría otorgándole plenas posibilidades para competir.

Las elecciones internas se realizaron el domingo 14 de agosto de 1983 obteniendo la Lista Roja la mayoría de los 54 congresales, proclamándose la fórmula Roberto Romero-Jaime Hernán Figueroa.

Pero antes del triunfo de la Lista Roja, un episodio quedó guardado en la memoria de los peronistas de entonces. Ocurría que a los actos que se organizaban al comienzo, el Dr. Bravo Herrera, recién llegado del exilio, obviamente no contaba con recursos para sostener una campaña, pero, sin embargo, bastaba que el hombre se presentara en los barrios y sin vehículos, sin choripán, sin nada, convocaba entre 200 y 300 personas. Mientras tanto, Roberto Romero, que disponía de toda la parafernalia para anunciar su presencia en los barrios, sus convocatorias no eran superiores a 50 vecinos, máximo 80 personas en promedio. La tensión entre ambos candidatos era evidente.

Sin embargo, una noche, en la televisión, un spot aderezado con la Marcha Peronista mostraba al Dr. Horacio Bravo Herrera y a Roberto Romero, fundiéndose en un fraternal abrazo peronista, mientras el primero resignaba su candidatura a la gobernación en beneficio del hombre del Grupo Horizontes. ¿Qué pasó? Fue la pregunta que ocurrió entonces y que permaneció durante décadas sin respuesta.

Un infidente y protagonista de los hechos que todavía transita por las calles de Salta, comentó que Roberto Romero le había hecho llegar alguna oferta a Bravo Herrera para que le dejara el lugar. El viejo asesor de la UOCRA, en homenaje a su probada decencia despachó a los emisarios sin más. Pero -dicen- que comprendió que la hora necesitaba de hombres con una visión nueva de la política y del peronismo y decidió bajar su candidatura. En aquellas elecciones, Bravo Herrera compitió como senador nacional, ganó y cumplió sus años de mandato (9 eran entonces) siendo incluso presidente de la Comisión de Defensa.

Los radicales comenzaban a recoger el ganado disperso con nombres como Carlos “Langosta” Saravia Day, Los Zavaleta, históricos como el Chacho Azurmendi y otros dirigentes del interior que lograron fortalecer el viejo tronco radical en la Lista 3, consagrando como fórmula a Bernardo Solá-Ricardo Reimundìn, notables personalidades de la política pero que no alcanzaban a superar la hegemonía de la masa peronista de aquel momento.

En medio, apareció una rara avis, el Partido Renovador de Salta, fundado por el ex gobernador de facto, Capitán de Navío, Roberto Augusto Ulloa, que concentró a los elementos residuales de la Unión Provincial y el sector conservador más rancio de Salta, también a militares en situación de retiro y una juventud bastante interesante que incluso logró una banca en el Concejo Deliberante de la Ciudad de Salta. Su origen ligado al militarismo y a la ultraderecha de Salta, les valió el mote de “Cría del Proceso”, en referencia al Proceso de Reorganización Nacional, como había dado en llamarse la última dictadura.

Otros doce partidos políticos presentaron candidatos, pero sólo dos, el Partido Justicialista y la Unión Cívica Radical, superaron el 40 por ciento de los votos. El recién creado Partido Renovador logró el tercer lugar obteniendo el 17 por ciento para sus candidatos Ulloa – Bernardino Arce.

El gobierno de Roberto Romero tuvo todas las aristas de lo que recién más adelante se conocería como un formato político-empresarial. Se distinguió esa etapa porque en un sólo periodo, Romero, logró conquistas sociales y mejoras en materia de educación sembrando establecimientos por la provincia y distribuyendo centros de salud, todos homenajeando al icono de la salud pública peronista, el Dr. Ramón Carrillo.

Sin embargo, el idilio de Romero con la docencia duró poco y la entonces secretaria general de la Agremiación Docente Provincial, Gladys Miguel de Vittar, haciendo gala de un liderazgo ya desaparecido en el sindicalismo acorraló a Romero con una gran sentada de docentes en la Plaza 9 de Julio y un paro por tiempo indeterminado que obligó a retroceder al empresario gobernador. En la furia de la batalla contra los docentes, un ministro que había sido repatriado por Romero con apellido de tres letras mandó a pintar en las paredes una frase poco feliz: “Maestras porras”, que encendió furias que jamás se pudieron contener.

La sucesión al gobierno de Romero fue otro de igual signo justicialista con el empresario Hernán Hipólito Cornejo en 1987, quien batió el lema “En la unidad del 86 está el triunfo del 87”. A pesar de las limitaciones que le asistían a ese gobierno, el segundo de la recuperada democracia, Cornejo impulsó la conformación de la Organización Federal de Estados Productores de Hidrocarburos (OFEPHI), le otorgó Carta Municipal a Tartagal y se destacó por reformar el Código Contravencional que contenía tipificadas conductas claramente subjetivas y que buscaban el control social. Poco, pero fue un avance.

Un hecho singular para la democracia no sólo de Salta sino del país, se dio cuando en octubre de 1991 ganó las elecciones el Capital de Navío, Roberto Augusto Ulloa, convirtiendo al novel PRS -tales las siglas de su partido- en la segunda fuerza política de Salta. Inédito que un ex gobernador de la dictadura ganara por la vía democrática y superara a los dos partidos tradicionales de la provincia, el peronismo y el radicalismo. Suscribió con el presidente, Carlos Menem, el Pacto Federal para el Empleo, la Producción y el Crecimiento y la adhesión a la Ley de zonas francas. Intentó seguir el camino marcado por Roberto Romero con el Norte Grande, firmando con las provincias vecinas el documento “Región Noroeste Argentino”. Su gobierno adoleció de firmeza política y algunos de sus más allegados colaboradores comenzaron a negociar espacios con el peronismo lo que a la postre significaría la casi disolución del partido. El gobierno de Ulloa terminó de manera caótica, con sueldos atrasados en hasta cuatro meses para la administración pública y los jubilados, la docencia en pie de guerra, cortes de rutas en el interior, promoviendo el pase de grado de miles de alumnos por decreto. Para el olvido todo.

En 1995, ganó las elecciones, el Dr. Juan Carlos Romero, un hombre que se alejaba del modelo clásico de candidatos y gobernadores que lo habían antecedido. Con frialdad y cálculo, Romero, ejecutó una política pragmática, haciendo de la Capital de Salta el epicentro de obras significativas y generando una política de turismo que logró colocar a Salta en un lugar destacado a nivel nacional e internacional. Sin embargo, el interior continuó postergado, en particular el norte donde se sucedieron los cortes de ruta y reclamos en los departamentos más importantes.

Durante su mandato se reformó la Constitución de Salta, reduciendo el periodo a cuatro años y otorgando una reelección. Una interpretación política le permitiría un tercer mandato que sumaría doce años de gobierno, siendo el último periodo deslucido y según algunos cercanos, el propio Romero se habría arrepentido de haberlo transitado.

Año del Señor de 2007. Cuando la Democracia comienza a cambiar

En aquel año -2007- ganó las elecciones, Juan Manuel Urtubey, quien le imprimió una dinámica propia de su juventud continuando las políticas públicas que se habían impulsado desde el retorno de la democracia. En lo social, implementó la Tarjeta Social y culminó la construcción del Hospital Papa Francisco en la zona sur de la ciudad de Salta, además de terminar el Parque Bicentenario en la zona norte. El uso del pase libre en los colectivos para estudiantes y jubilados junto al plan de conectividad para los organismos públicos, se pueden contar también entre los progresos.

Si bien, la lógica de la historia impone que no es posible abrir un juicio categórico sobre una gestión de gobierno sino hasta varias décadas posteriores, la implementación del voto electrónico significó para Salta un cambio cualitativo en materia de herramientas democráticas.

A la vez, es la época en que en la Argentina la democracia comienza a cambiar su carácter con la imposición de una política que Néstor Kirchner denominó la “transversalidad”; es decir, los partidos políticos, o al menos los dirigentes, podían comenzar a actuar en el marco de otras asociaciones electorales y así aparecieron los llamados Frentes.

En Salta, la aparición de los Frentes terminó licuando a los partidos políticos siendo el más afectado el Partido Renovador de Salta cuyos dirigentes optaron por sumarse a las propuestas oficialistas, lo mismo que ocurrió con la Unión Cívica Radical. Era el inicio del tiempo de los acuerdos de cúpulas donde los militantes comenzaban a dejarse de lado.

La consecuencia fue la desaparición prácticamente de los partidos políticos, tanto en Salta como en el resto del país. La “vocación frentista” como se dio en llamar desarticuló los cuadros militantes y anuló la participación ciudadana en materia de política y de partidos. De esa manera, los partidos políticos, poco a poco, fueron raquitizàndose hasta quedar escuálidos, sin militantes y reducidos sólo a sellos.

Hablando de sellos, aparecieron muchos de ellos; agrupaciones formadas “ad hoc” para determinada puja electoral que luego desaparecían.

Cuando terminó el tercer mandato de gobierno de Urtubey y el 10 de noviembre de 2019 fue proclamado en forma abrumadora gobernador, Gustavo Sáenz, y con él, esta práctica frentista alcanzó su apogeo. Esta política de sellos de goma, como se denomina a los espacios sin militancia, gravitó de manera contundente en la consagración no sólo de Sáenz sino de los intendentes también.

Sin duda que la decisión más favorable a la democracia ocurrida bajo el mandato de Sáenz fue la reforma de la Constitución Provincial que modificó el régimen municipal llevando el mandato de los concejales de dos a cuatro años, una medida necesaria para la dinámica de los tiempos pues dos años no era tiempo suficiente para que un concejal se formase y además legislase como corresponde. Pero el punto más sobresaliente fue la reducción del mandato en los cargos electivos a sólo dos periodos, lo que por supuesto -y según lo dijera el mismo Sáenz-, lo alcanzaba de pleno.

En esa elección de 2019, prácticamente ya no hubo partidos políticos. Fueron grandes Frentes electorales que a su vez contenían otros Frentes y agrupaciones dentro. Sí, es interesante notar el avance de agrupaciones municipales porque en una democracia herida como la que transita la sociedad argentina el municipio es el punto de reinicio.

¿Qué pasó?

A días de que la democracia cumpla 40 años de vigencia interrumpida, sin embargo, el sistema está convulsionado. La sociedad elegirá entre dos propuestas extrañas, una que es la continuación de un modelo fracasado y otra que parece un salto al vacío. Pero más allá del resultado, el que fuera, esta será una elección particular porque no intervinieron los partidos políticos. Es atípico, extraño y malsano para el sistema, porque un personaje como Javier Milei no es producto de la democracia en sentido político sino un producto de las redes sociales, movilizado por esa franja de ciudadanos desde adolescentes hasta jóvenes adultos que lo impulsan desde las redes sociales. El oficialismo gobernante también ha edificado su estrategia de la misma manera. Luego, los argentinos asisten al fenómeno de una democracia impersonal, casi una visión del metaverso tecnológico.

La pregunta en todo caso sería ¿Es esta una democracia? Porque no hubo militancia ni participación.

Sin duda que la reflexión de fondo, la que corona la breve historia expuesta en estas líneas, es la interpelación a la clase política para que retorne al sistema de partidos políticos. Es necesaria una reforma política que revitalice a los partidos, que devuelva el espacio al militante, que se renueve el modelo de un plan de gobierno, de una plataforma política. Donde se formen cuadros políticos y los dirigentes sean verdadera expresión de una ciudadanía que participa y no figuras surgidas de acuerdos entre dirigentes de distinta ideología… si la tienen.

Si no se recuperan las formas tradicionales de la democracia, en vano habrá corrido toda la sangre que los procesos para lograr el sufragio, para vencer el fraude y para sostener a la política se ha demandado a las generaciones de argentinos.

Si la política no se recupera, habrá vuelto el país a los tiempos de la “Década Infame”.