Opinión – Por Emiliano Estrada
Seguimos en vísperas de la segunda vuelta de la elección presidencial en Argentina y un argumento que suena constantemente entre los dirigentes de la oposición es que no hay salida posible sin un ajuste de shock para ordenar la macroeconomía. Esta visión se ha venido instalando en parte de la dirigencia política por la falta de creatividad para encontrar soluciones que eviten un costo en la calidad de vida -ya dañada- de la población.
Sin mencionar las consecuencias que tiene una política de shock sobre el propio manejo de la macroeconomía. Es decir, una vez implementado un ajuste de shock lo más complejo es la salida de esa situación y que no se agrave la situación inicial de crisis. Por ejemplo, liberar el mercado cambiario en estas condiciones puede llevar a una espiral inflacionaria difícil de detener.
¿Cuál es entonces la salida para una situación económica como la actual? La salida para esta situación tiene que ver con dos problemas importantes que viene acarreando la economía Argentina. La primera tiene que ver con la falta de dólares que este año fue particularmente aguda por la sequía que vivió el país. Y que redujo en más de usd 20.000 los ingresos del sector agroexportador.
Esto debería revertirse en 2024 generando un ingreso de divisas que evite las tensiones que se vivieron durante 2023 ante la falta de estos ingresos a la economía argentina. Por otro lado, se va a contar con un ingreso de alrededor de usd 7.000 de superávit comercial energético y más de usd 10.000 millones del sector minero.
Esto le dará al Banco Central un alivio durante el próximo año que permitirá relajar las tensiones en el mercado cambiario, para poder sostener una paridad de tipo de cambio y con ello desacelerar las constantes expectativas devaluatorias que se traducen en una caída de la demanda de pesos y consecuentemente una inercia inflacionaria que no se detiene.
Por otra parte, está el frente fiscal que viene teniendo reducciones en términos reales del nivel de gasto y que puede ser ordenado durante 2024 si la tasa de crecimiento de los ingresos -que están vinculados a la nominalidad de la economía, es decir a la inflación. Siempre que no caiga la actividad- supera a la tasa de crecimiento del gasto. Esta transición hacia el equilibrio fiscal se contrapone a una de shock y permite varias cosas en simultáneo.
Primero evita un ajuste grande sobre la gente, segundo permite no frenar de manera abrupta la actividad económica y evitar una caída de la recaudación que agudice el problema. Y tercero, genera grados de libertad para la gestión de la política económica a fin de gestionar las reducciones reales (no nominales) de las partidas económicas. Menos sensibles en términos sociales y más eficientes en términos fiscales.
Para llevar adelante un programa económico de estas características hace falta desde ya, la decisión política de que este es el camino a seguir. Pero además, es necesario un equipo económico que conozca realmente el funcionamiento del Estado y las partidas de gasto del presupuesto.
Cualquier supuesto errado en el diagnóstico -lo que se observó de 2016 a 2019- lleva a resultados fallidos. Por ello es que el Ministro y candidato, Sergio Massa insiste en que la salida de la situación actual debe ser paulatina en el tiempo y no instantánea. Y por lo mencionado anteriormente es que espera que el año 2024 le permita acumular los dólares que necesita para salir del cepo y ordenar las variables macroeconómicas que están desequilibradas.
Sin perjuicio de que los diagnósticos y proyecciones pueden resultar distintos a la realidad, la voluntad de ordenar sin romper es un atributo que se valora en una economía que no ha encontrado respuestas a las demandas de la sociedad. Pero que tampoco puede seguir profundizando la situación actual.