Por Pablo Kosiner. Abogado, diplomado en Derecho Constitucional y Especialista en Políticas Públicas
Cuando se desarrolla un debate presidencial, la tentación inmediata es encontrar el ganador en esta instancia de debate. Ahora bien, en realidad el éxito no pasa por la imposición de una verdad relativa del discurso de uno de los candidatos sobre otro, sino por quién generó a partir de un ámbito de empatía o confianza con la audiencia, más posibilidades de atención y reflexión a efectos de decidir su voto.
Es muy difícil que en el marco de un ballotage, ese debate pueda cambiar el voto primario que obtuvieron los candidatos en la primera vuelta, pero si, en una segunda vuelta se produce lógicamente una ruptura del sistema político conocido, pasando a redefinirse el mapa de acuerdos o alianzas y por ende se ponen en juego “nuevos votantes” para quienes lo disputan.
Entonces, si analizamos lo ocurrido en el debate presidencial del domingo pasado entre Sergio Massa y Javier Milei, podemos inferir sin temor a equivocarme que fue Massa quién logro colocarse en el centro de la escena. Con una estrategia clara de llevarlo a Milei a discutir la agenda propuesta, al ritmo, profundidad y prioridad que él le iba planteando.
Ir a un debate no es solo prepararse técnica o conceptualmente desde sus creencias ideológicas, lo cual Milei seguramente lo estaba. Es además fijar una estrategia de mensaje, postura, convicción y uso del tiempo propio y del adversario. Sergio Massa logró que el debate lo muestre como preparado para gobernar ya mismo.
La tendencia de Javier Milei de incorporar permanentemente frentes de conflictos con diversos colectivos poniendo sobre la mesa discusión de valores a veces muy superiores a la misma economía. Esto explica que siendo la situación argentina de evidente fragilidad no fue la misma el gran centro exclusivo de debate en toda la campaña.
Milei se expuso a partir de su conflictividad. La inseguridad no se resuelve con libre portación de armas, el gasto publico no se ordena con la privatización de la salud, la educación y eliminando la obra pública, la necesidad de órganos para trasplantes no se resuelve con la compraventa en un “mercado”.
La relación con las provincias no se define por la eliminación de la coparticipación, el Papa no es el representante del maligno en la tierra, ni la inclusión de los jóvenes se logra con el servicio militar obligatorio para poner algunos ejemplos.
Pero además la simplificación sobre la receta, sin antecedentes eficientes, de eliminación del Banco Central y dolarización para la economía nacional lo hicieron vulnerable en toda la campaña frente a un Sergio Massa afianzado en un mensaje de Unidad Nacional.
Y que se mostró aliado a los sectores del trabajo, la industria nacional, las pymes, los movimientos sociales, los sectores religiosos de trabajo social y territorial y que además generó puentes permanentemente para sumar sectores y dirigentes que no lo había acompañado inicialmente.
En definitiva, en un ballotage gana el que logra reunir más votos para que no gane el otro. Así funciona en todo el mundo. En el debate y la campaña Sergio Massa parece haber entendido esto a la perfección, esperemos ver si se concreta el próximo domingo.